

Por: Mg. Mario Goicoechea
Aunque la Sociedad Estadounidense de Ingenieros Civiles (ASCE) ha reportado una leve mejora en la calificación general de la infraestructura de EE. UU. (de C- a C), atribuible en gran parte a la Ley de Inversión en Infraestructura y Empleos (IIJA), persiste una "brecha de inversión sustancial". Superar esta disparidad no solo implica la modernización de sistemas obsoletos, sino también la priorización de proyectos capaces de soportar las condiciones climáticas futuras.
El asedio a la infraestructura portuaria
Los puertos constituyen nodos vitales en la cadena de suministro global, y su proximidad al mar los convierte en uno de los puntos más susceptibles a los efectos del cambio climático.
El aumento del nivel del mar es quizá la amenaza más existencial para la infraestructura costera. Las proyecciones de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) y agencias asociadas indican que, en promedio, el nivel del mar a lo largo de la costa estadounidense se elevará entre 10 y 12 pulgadas (0.25 a 0.5 metros) en los próximos 30 años (2020-2050), equiparando el incremento total registrado durante el siglo precedente.
Las proyecciones regionales son aún más preocupantes para las arterias comerciales:
Este ascenso constante ya está magnificando los efectos de otros eventos climáticos. Actualmente, las inundaciones durante la marea alta ("king tides") son entre 300% y 900% más frecuentes que hace cinco décadas en algunas zonas costeras. Un nivel del mar más elevado también acentúa la vulnerabilidad de la infraestructura portuaria frente a los daños causados por las tormentas.
Ante estos desafíos, los puertos están llamados a asumir un rol transformador. El Puerto de Long Beach, por ejemplo, ha implementado un Plan de Acción Climática (LB CAP) con el objetivo de alcanzar cero emisiones netas para 2045, integrando activamente medidas de adaptación y mitigación.
Más allá de la protección física, los puertos deben incorporar la sostenibilidad ambiental como un pilar estratégico. Esto implica:
La capacidad de los puertos para gestionar estos riesgos climáticos y coordinar a los múltiples actores involucrados determinará no solo su desempeño ambiental, sino también su competitividad futura en el comercio marítimo global.
Lejos de la costa, las redes terrestres que interconectan la nación (carreteras, ferrocarriles y oleoductos) enfrentan un conjunto diferente, pero igualmente destructivo, de amenazas climáticas: el calor extremo, las inundaciones repentinas y el deshielo del permafrost.
Las temperaturas récord imponen restricciones operativas y daños estructurales. En el sistema ferroviario, el calor extremo reblandece las vías, obligando a los trenes a reducir su velocidad para prevenir accidentes y descarrilamientos. Adicionalmente, las altas temperaturas someten a estrés la infraestructura de señales y las redes eléctricas, esenciales para el funcionamiento del transporte.
Para las carreteras, el calor puede ser igualmente perjudicial. Cuando las temperaturas alcanzan valores elevados, el asfalto y las estructuras viales pueden deformarse o pandearse, ocasionando daños cuantiosos, interrupciones en los desplazamientos y condiciones de carretera inseguras.
Los patrones de precipitación cambiantes, que a menudo derivan en inundaciones o sequías extremas, representan una preocupación grave para la infraestructura civil. Segun el Comité Economico Conjunto (JEC) del Senado de EE.UU. las inundaciones cuestan a EE. UU. anualmente entre $179.8 y $496.0 mil millones.
Un riesgo particular es el fenómeno conocido como scour (socavación o erosión). Tanto las inundaciones masivas como las sequías que alteran los caudales de los ríos pueden erosionar el terreno alrededor de los cimientos de estructuras críticas. Esto compromete la estabilidad de 68 puentes en todo el país, así como tramos de ferrocarriles y oleoductos.
En Alaska, el deshielo del permafrost (suelo permanentemente congelado) constituye una amenaza única y severa. Este fenómeno expone a daños las instalaciones clave, afectando la capacidad de defensa y las rutas estratégicas en el Ártico. El debilitamiento del terreno incide en carreteras, oleoductos y edificaciones, amenazando con la transformación súbita del entorno y el deterioro del suelo.
La urgencia de la adaptación climática ha impulsado a agencias federales, como el Departamento de Transporte (DOT) y la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA), a integrar la resiliencia en su planificación.
El DOT, por ejemplo, emplea un marco de evaluación de riesgos para priorizar proyectos de adaptación, habiendo identificado los huracanes, las inundaciones costeras, las tormentas de hielo y los vientos fuertes como las mayores vulnerabilidades para sus activos.
Un programa clave es el Promoting Resilient Operations for Transformative, Efficient, and Cost-saving Transportation (PROTECT), el primer programa federal de transporte dedicado a la resiliencia. El programa PROTECT asignó más de $9 mil millones a proyectos de resiliencia, que incluyen mejoras en infraestructuras, planificación y rutas de evacuación.
A pesar de estas iniciativas, el país enfrenta un déficit masivo de inversión en infraestructura. La ASCE estima que, para 2025, existe una brecha de inversión sin fondos de $2 billones, parte de una necesidad total de inversión de $4.59 billones. Aunque los proyectos centrados en la resiliencia pueden incrementar los costos iniciales, los expertos señalan que representan una inversión estratégica, ya que permiten economizar en los impactos financieros súbitos y cuantiosos derivados de los daños relacionados con desastres.
Aunque la infraestructura de EE. UU. se encuentra bajo una presión climática sin precedentes, la respuesta federal y sectorial demuestra un cambio de paradigma crucial. El país no solo está reconociendo la amenaza, sino que está movilizando capital y tecnología para enfrentarla.
Programas como PROTECT, con miles de millones de dólares dedicados exclusivamente a la resiliencia, marcan el inicio de una era donde la infraestructura se diseña pensando en el futuro climático. Los puertos están liderando la vanguardia, no solo adaptando sus estructuras contra el aumento del nivel del mar, sino también integrando la descarbonización como un pilar estratégico clave para la competitividad global.
Cerrar la brecha de inversión restante requiere una colaboración sostenida entre el sector público y el privado. Sin embargo, el marco legislativo y el compromiso de agencias como el DOT y la NOAA para basar la planificación en datos científicos sólidos, posicionan a Estados Unidos en un camino decisivo para transformar su red de transporte.
Al priorizar la resiliencia hoy, la nación no solo protege miles de millones de dólares en activos económicos críticos, sino que también asegura la vitalidad, la seguridad y la fluidez de su cadena de suministro frente a los desafíos ineludibles del clima del mañana.