

El término biocombustibles se refiere a una amplia categoría de combustibles generados a partir de materia orgánica renovable (biomasa). Lejos de ser un producto único, en Argentina se destacan dos grandes vertientes industriales con propósitos distintos:
Bioetanol: Producido mayormente a partir de maíz y caña de azúcar, este alcohol se utiliza para mezclarse con la nafta (gasolina).
Biodiésel: Obtenido a partir de aceite de soja, su función es reemplazar o mezclarse con el gasoil (diésel).
Ambos representan una alternativa renovable a los combustibles fósiles, y su desarrollo es clave para la matriz productiva y energética del país.
El principal beneficio de los biocombustibles es su contribución a la soberanía energética y a la estabilidad macroeconómica. Según datos de la Cámara de Bioetanol de Maíz, el actual corte del 12% de bioetanol en las naftas ya permite sustituir el 35% del total de naftas que de otro modo deberían importarse, generando un ahorro neto de divisas de 74 millones de dólares anuales por cada punto porcentual de mezcla.
Además, la industria es un motor de desarrollo federal. Según estimaciones de cámaras del sector (como la Cámara Argentina de Biocombustibles (CARBIO) y la Cámara de Bioetanol de Maíz), la cadena de valor involucra a más de 100.000 trabajadores y agrega valor en 10 provincias productoras, entre las que se destacan Santa Fe, Córdoba, Tucumán, Salta y Jujuy.
Más allá del impacto económico, los biocombustibles son una herramienta fundamental para la acción climática. Su principal ventaja es la reducción de la huella de CO₂, ya que operan en un ciclo corto de carbono. Este aporte es crucial para que Argentina cumpla con sus compromisos internacionales. Específicamente, se alinea con el Acuerdo de París, el histórico tratado vinculante sobre el cambio climático adoptado en 2015 bajo la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC).
Para la industria del biodiésel, ha surgido una oportunidad transformadora en el mercado interno. La Resolución 252/2024 de la Secretaría de Energía habilitó formalmente el uso de biodiésel para el abastecimiento de buques y barcazas (bunkering). La ventaja logística es inmejorable: la mayoría de las plantas productoras se ubican en el Gran Rosario, epicentro del tráfico naviero. Luis Zubizarreta, presidente de la Cámara Argentina de Biocombustibles (CARBIO), celebró en su momento la medida afirmando que "crea un nuevo mercado interno" con una sinergia perfecta entre producción y consumo. Este nuevo escenario permite, en concreto, reactivar la industria, sustituir importaciones y fortalecer la cadena agroindustrial.
El futuro de alto valor: El combustible de aviación (SAF)
Si el bunkering es el presente del biodiésel, el futuro de alto valor para el bioetanol es el Combustible Sostenible de Aviación (SAF). La Agencia Internacional de Energía (IEA) proyecta que la producción de biocombustibles debe casi triplicarse para 2030 para cumplir las metas globales de descarbonización.
Para Argentina, esto representa una oportunidad sin precedentes. Según cálculos de Agustín Torroba, especialista del Institutio Interamericano de Cooperacion para la Agricultura (IICA), el mercado de SAF podría generar para el país exportaciones por hasta 40.000 millones de dólares. Este potencial ya atrae inversiones como los US$ 200 millones del Grupo Bahía Energía en Bahía Blanca y los US$ 400 millones de la alianza entre YPF y Essential Energy en Santa Fe.
En conclusión, el sector de biocombustibles de Argentina se perfila como un pilar estratégico, capaz de fortalecer la economía, garantizar la soberanía energética y, fundamentalmente, convertir al campo en un actor protagónico de la transición energética global.
Pensando en 2035, ¿imaginas a Argentina como lider mundual en la exportación de biocombustibles avanzadas o crees que su principal rol seguirá siendo el abastecimiento del mercado interno para fortalecer la soberanía energética?