

Por: DataPortuaria
El legado contaminante y el mandato de la OMI
El transporte marítimo es la columna vertebral del comercio global, pero también es parte de un grupo de industrias de "difícil reducción" (hard-to-abate) debido a su alta demanda energética y la necesidad de transportar grandes cargas a largas distancias, algo que la tecnología actual no permite solventar eficazmente con alternativas como las baterías. En este contexto, la Organización Marítima Internacional (OMI) ha puesto en marcha una estrategia ambiciosa. En su Estrategia 2023, la OMI estableció el objetivo de aumentar significativamente la adopción de fuentes de energía, combustibles y/o tecnologías de emisiones nulas o casi nulas de GEI. Este mandato obliga a la industria marítima global a buscar soluciones líquidas que mantengan la alta densidad energética requerida para la propulsión de buques, una necesidad que solo los biocombustibles pueden satisfacer a corto y medio plazo
Los biocombustibles se producen a partir de la transformación de materia orgánica, y su elaboración depende del recurso de origen. En el caso del biodiésel, el proceso parte de aceites vegetales o grasas animales que, tras una reacción química llamada transesterificación, dan lugar a un combustible capaz de mezclarse con el diésel fósil. El llamado diésel renovable o HVO, en cambio, se obtiene a través de la hidrogenación de aceites reciclados y residuos grasos, ofreciendo un rendimiento más cercano al de los destilados convencionales. A esto se suma el bioetanol, elaborado por fermentación de azúcares y almidones presentes en caña de azúcar, maíz o remolacha. Aunque más utilizado en el transporte terrestre, también comienza a explorarse en mezclas para aplicaciones marítimas. La gran apuesta de la industria está en los biocombustibles de segunda generación, aquellos que se elaboran con residuos en lugar de cultivos agrícolas. Esta línea de producción evita la competencia con la cadena alimentaria y refuerza el perfil ecológico de una alternativa pensada justamente para reducir el impacto ambiental.
Los biocombustibles ofrecen importantes beneficios para la transición energética. Entre sus ventajas se destaca la reducción inmediata de emisiones de dióxido de carbono, la posibilidad de aprovechar residuos que de otra manera se desperdiciarían y, sobre todo, su compatibilidad con la infraestructura ya existente. Al ser combustibles “drop-in”, pueden mezclarse con fuelóleo o diésel fósil sin necesidad de rediseñar motores ni construir nuevas instalaciones, lo que facilita una transición más rápida y eficiente.
En el plano económico, el avance de los biocombustibles abre un abanico de transformaciones. Su producción genera nuevas cadenas de valor que van desde la recolección y procesamiento de residuos hasta la logística de abastecimiento en puertos. Al diversificar la matriz energética, los países reducen su dependencia del petróleo y se posicionan en un mercado cada vez más competitivo, donde la capacidad de producir combustibles limpios puede convertirse en un activo estratégico. El impacto ambiental es tangible. Mientras que el bioetanol convencional reduce alrededor del 20% de las emisiones de gases de efecto invernadero respecto a la gasolina fósil, los biocombustibles avanzados como el biodiésel a partir de residuos o el etanol celulósico, pueden reducir entre 50% y 60% de su ciclo de vida de emisiones, cumpliendo con los estándares mínimos establecidos por el Renewable Fuel Standard (RFS) de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, 2023).
Hoy, los biocombustibles representan apenas una fracción del consumo marítimo mundial, pero su crecimiento constante los proyecta como protagonistas en la carrera por descarbonizar los océanos. Aunque la industria sabe que no existe un único combustible capaz de resolver por completo la transición energética, reconoce que pocas alternativas ofrecen la inmediatez y la practicidad de los biocombustibles, al ser compatibles con la infraestructura actual.
El desafío ahora es ver cómo el sector logra superar los obstáculos de producción para que esta “gota verde” se convierta en una pieza clave del futuro.